El tiovivo del arte

Berta Caldentey
Febrero 28, 2024
Kendell Geers "John 8-32", 2012
Kendell Geers "John 8-32", 2012

La creación artística acompaña a la humanidad para contribuir a la forja de su historia. De ahí que sea lícito concebirla como una vía de conocimiento que permite al individuo seguir adelante. El gran poeta José Ángel Valente define la poesía –y por extensión, cualquier acto de creación artística– no como comunicación, sino como conocimiento y afirma que éste se produce en el mismo acto creador. Tal concepción de la obra poética bien puede aplicarse a la creación artística en cualquiera de sus manifestaciones y formatos, lo que significa que el objeto de la obra de arte, a diferencia del tema –que puede ser intencional–, excede la intención del artista y es –como diría Valente– de naturaleza “aparicional”. Creo sinceramente que es en el acto creador mismo cuando el artista accede a dicho conocimiento, que invade la propia forma de la creación artística en la que se encarna para proporcionar mayor significación a todos los sentidos de esa obra.

 

Los amantes del arte descubrimos en la obra de arte emociones, sensaciones, inquietudes y todo un sinfín de impresiones que nos interpelan a todos. Así concebido, el verdadero “amor al arte” es, en mi opinión, la construcción de una constelación de conocimiento vital, es la estela de un recorrido de inicio conocido pero de incierto final, y una de las consecuencias de esta concepción epistemológica del arte es el coleccionismo, que, en mi caso, responde a una empecinada necesidad de aprehender las obras que siento y percibo que pueden ir jalonando el rumbo de mi aprendizaje existencial. Considero que el coleccionista nace cuando, además de entender el arte como una herramienta de aprendizaje individual, decide dar un paso hacia delante para dejar de ser sólo espectador y asumir un compromiso que trasciende el ámbito de la relación estrictamente personal y unívoca con el arte. En mi caso al menos, cada una de las piezas con las que convivo habla por sí misma y me sitúa en un ángulo de lo que aspiro a que deje de ser un monólogo para convertirlo en un foro en el que múltiples voces encuentren el espacio para dialogar. Selecciono las piezas con las que trazar el rastro de una formación realizada en solitario, pero con la voluntad de que entre ellas se establezcan intersecciones de significación que coadyuven a dar sentido al conjunto para ir construyendo con ellas, a modo de teselas, un mosaico del que no dejen de emanar interrogantes con los que seguir gestando diálogos fructíferos que puedan contribuir a iluminar también, algún día, quizá, una senda de conocimiento colectivo, de conocimiento compartido. 

 

El concepto que sirve de anclaje unificador de mi recorrido por el arte es la relación del yo con el espacio, un yo, empero, que no tendría sentido sin la alteridad, sin la existencia del tú, un yo, en fin, que comparte la soledad de vivir con el resto de la humanidad entera: con la que le precede, con aquella con la que cohabita y con la que le sucederá. Un ser humano que, a la postre, soy yo y, al mismo tiempo, somos todos. En este incesante ejercicio de reflexión y análisis que es para mí coleccionar, me atrapan obras de arte que no sólo cuestionan nuestro presente y nuestro pasado, sino que, además, me permiten plantearme hacia dónde nos dirigimos y, por otro lado, me alertan de los discursos falaces, los engaños y las trampas que también pueblan nuestra existencia. De ahí que la decisión de acceder a una obra concreta venga dada por la convicción personal de que su valor último estriba en que el alcance de lo que “dice” se extiende mucho más allá del aquí y el ahora de su gestación porque su significado es intrínsecamente atemporal.

 

Busco obras con las que mi mirada hacia el pasado trace una línea espacio-temporal marcada por la historia con la pretensión de identificar las fisuras que permitan alumbrar el presente a través de un haz –o, tal vez, un hilillo– de luz que pueda proyectarse también hacia el futuro. Ello explica mi interés por obras cuya forma final –con independencia de su formato y de los materiales y soportes que la compongan– a menudo sea el resultado de una ingente labor documental y archivística por parte del artista. En este sentido, es muy revelador el trabajo de Alán Carrasco, que con una casi imperceptible sutileza nos posiciona ante los engaños que también nos circundan disfrazados de bondad. Su bella y delicada pieza I mostri lanza una elocuente advertencia para no dejar de luchar contra los amonites del futuro. Tríptico fotográfico que ejemplifica a la perfección la labor artística que parte del trabajo de archivo con el que el artista bucea en la historia reciente a fin de establecer relaciones de apariencia azarosa entre episodios históricos supuestamente inconexos, en este caso la pieza de A. Carrasco da testimonio del discurso que Mussolini pronunció en Génova ante una arrebatada multitud de camisas negras en 1926, el mismo año en que el pensador italiano Antonio Gramsci, uno de los fundadores del partido comunista en Italia, era encarcelado por sus ideas. Sutilmente impresa sobre el cristal de las tres fotos se lee la célebre cita de Gramsci: “Il vecchio mondo sta morendo – quello novo tarda a comparire – e in questo chiaroscuro  nascono i mostri”. El resultado de la conexión establecida por Carrasco entre ambos acontecimientos históricos es una pequeña joya en la que la conjugación de imagen y lenguaje crea una potente narrativa visual que no es sino una espléndida metáfora de una reflexión plenamente vigente en nuestros días.  

 

Otro faro se encuentra en la obra de Núria Güell. En “Apátrida por voluntad propia” la artista, una vez más, se sumerge personalmente y hasta las últimas consecuencias en su proyecto de investigación para evidenciar las paradojas de un sistema que creemos siempre seguro, para experimentar en primera línea los límites institucionales que larvadamente ese sistema pone a las libertades, límites que, más allá de cuestionar, ella tiene la valentía de presentar dando fe de que existen y dejando en manos del espectador la reflexión en torno a la necesidad de que enmarquen nuestra sociedad.

 

Por su parte, Kendell Geers recurre por una vez al lienzo para lanzar una metáfora de sus afiladas e inquietantes concertinas y alertarnos de las mentiras que albergan las palabras. El artista dispara una escueta pero contundente declaración, pintada blanco sobre negro, al espectador, que recibe una rotunda proclama en forma de inquietante juego de palabras: “Here lies Truth”. Desde otro ángulo, también Mounir Fatmi nos sorprende con sus juegos lingüísticos que convierte en los cimientos sobre los que erige creaciones de espacios visuales tan sorprendentes como su Casse-tête pour musulman modéré, una hipnótica composición fotográfica, de nuevo en blanco y negro, con la que lleva a cabo una sutil e ingeniosa deconstrucción del dogma religioso.

 

Mientras tanto, la obra de Bouchra Khalili se detiene en conceder voz a los actores que desempeñan en la historia un papel, sin embargo, obstinadamente silenciado. Y así va construyendo relatos que descansan en magnéticas filmaciones en las que esos migrantes, voces por fin rescatadas del olvido, dan testimonio de su paso por la historia, la historia de todos. Así se explican sus Constellations, hermosas serigrafías que muestran el dibujo realizado por los participantes en su proyecto Mapping Journey. Desafiando el concepto de frontera, las constelaciones de B. Khalili devienen puntos de referencia en espacios donde los indicadores geográficos no existen y en los que cielo y mar son borrosos y las fronteras desaparecen.  

 

En esa relación del individuo con el espacio, en ocasiones el artista va en pos de un futuro robado. Tal es el caso del vídeo Glories of a forgotten future, en el que el artista cubano Adrian Melis ofrece una mirada sutilmente subversiva para hablarnos de la decrepitud en la que pueden desembocar las expectativas de unas promesas de cambio jamás cumplidas. “Glories of a Forgotten Future” puede interpretarse como un réquiem por los futuros de jóvenes mujeres que crecieron en la Cuba anterior a la revolución y acabaron atrapadas por ese sueño. Sesenta años después, el artista las invita a evocar esos tiempos entre paredes desconchadas y mobiliario polvoriento, y ellas mecen sus cuerpos seniles al son de un ritmo que la revolución les arrebató.

 

Es así, dando vueltas en torno al eje espacial que mueve este tiovivo imparable, como espero seguir descubriendo el universo de conocimiento que el arte alberga.