Atención, atención

Rosa Lleó
Abril 27, 2022
María María Acha-Kutscher, "Womankind. Serie 4. 1", 2013.
María María Acha-Kutscher, "Womankind. Serie 4. 1", 2013.

Esta Pascua he encontrado tiempo para leer Cómo no hacer nada de la escritora y artista americana Jenny Odell. Con un título extremamente atrayente para unas vacaciones, es el subtítulo Resistirse a la economía de la atención lo que me interesaba especialmente. Se ha escrito mucho sobre nuestra obsesión con la productividad y la utilidad, pero no tanto sobre las consecuencias del agotamiento producido por esta. Bifo habla del colapso psicótico de la mente occidental, específicamente después de la pandemia. De la dificultad de un encuentro entre cuerpos, con un tiempo y espacio orgánicos en donde poder pensar en común horizontes de igualdad, o incluso de rebelión y protesta. La imaginación se ralentiza y el cuerpo político se paraliza en lo que él llama erosión psicológica (psycho-deflation)*. A medida que nuestro cuerpo desaparece también lo hace nuestra capacidad de empatizar y poner atención en el otro. Pienso en la dificultad compartida con varias personas que últimamente se nos da para escribir, también en un tema que desde que doy clases me obsesiona que es el famoso attention span y la falta de concentración en las generaciones más jóvenes. Odell explica como la lógica comercial de las redes sociales y su incentivo financiero nos mantiene en un estado de ansiedad, envidia y distracción continuo. Estamos ya en la consecuencia derivada del 24/7 al que se refería Jonathan Crary: la pérdida de nuestras capacidades cognitivas por el agotamiento y la precariedad extremas. Lo interesante del libro es que va mucho más allá de cómo conseguir un espacio mental para poder pensar libremente. Lo transforma en un acto político, que permite pensar en otras formas de vivir, relacionarse e incluso trabajar junto a otras personas. Irónicamente, este libro no instiga a no hacer nada, sino a pensar en el cuidado y la atención como resistencia política.

Me gustaría pensar que existen muchas prácticas artísticas que precisamente tensan esas cuerdas. Ya sea dando valor a ese “no hacer nada” o a ponernos frente a un cierto grado de atención sostenida característico de las disciplinas más experimentales. Es triste que para la mayoría de las personas la exposición se haya convertido en un lugar para hacerse fotos y las obras de arte contemporáneo en un mero punch de una imagen o frase. Que sepamos de las exposiciones a través de Instagram, completamente descontextualizadas. ¿Podemos revertir eso y prestar un poquito más de atención? Odell explica que el poder de expresión y opinión surge precisamente de tener tiempo, de salir de esa capacidad adictiva a la que nos someten las redes sociales, bombardeadas por un presente descontextualizado y desordenado en el que es imposible situarnos con propiedad. Recuerdo que Manuel Borja Villell decía en referencia al MNCARS que los museos deberían convertirse en lugares para habitar, yo pienso en lugares donde sea posible la atención de manera sostenida a través del proceso de creación y construcción de comunidad.

Al cabo de pocos días de haber empezado a escribir este texto contraigo el famoso covid19. Fuera de ser una gripe común, y a pesar del dolor corporal y la fiebre, me regocijo en la idea de parar. En este caso las personas entienden perfectamente el silencio y las cancelaciones derivadas. El resto de la familia se aleja y me dejan sola. No tengo cobertura en el dormitorio de mi casa, de dónde por unos días soy incapaz de salir. No llega la conexión de internet y nunca me dediqué, medio a propósito, a poner un repetidor. Así que me rindo al “no hacer nada” que tanto había ansiado. Primero duermo, observo los primeros pájaros de la primavera y finalmente leo ficción. Un absoluto privilegio del que soy consciente y que me hace empatizar con todas aquellas personas que han tenido que continuar trabajando y cuidando en ese estado.

Con ansia de descanso, escojo cuidadosamente lecturas afines a mi estado de ánimo: el último libro de Chantal Akerman, My Mother Laughs, traducido como Mi madre ríe, cuenta el día a día de su madre anciana después de haber sido operada. Akerman ocupa el dormitorio contiguo al de su madre, donde la acompaña en su convalecencia, e intentar escribir. Una risa débil y aleatoria se va repitiendo en algunos momentos en los que su hija – Chantal – la cuida en su casa de Bruselas. La vida de Nellie Akerman, superviviente del holocausto, se va extinguiendo poco a poco. Las conversaciones son escuetas y los recuerdos vagos. Los paseos son cortos y las comidas sosas. A veces ella se ríe. La voz de Akerman tiene algo de Gertrude Stein en su simplicidad, sus repeticiones, su escasa puntuación y los saltos de párrafo, en sintonía con esa vida mínima y repetitiva, donde casi “no pasa nada”. Pero las cuidadoras van y vienen puntualmente y Akerman intenta escribir cuando puede, después de haber salido a comprar o a pasear con ella. De nuevo la cineasta nos acerca a un tipo de trabajo que, al no entrar dentro de lo innovador y rentable, se convierte en invisible y precario, mayoritariamente femenino y migrante.

Pienso también en el trabajo de artistas donde el proceso de producción con materiales orgánicos u otras especies es fundamental. Trabajos difíciles de mostrar con una foto. La atención y el cuidado hacia los demás, el entorno y los ritmos naturales es fundamental para entender y respetar nuestros múltiples contextos. Quiero creer que nuestra capacidad de reflexión nos permite, entre otras cosas, inventar mundos. Idealmente más justos.

 

 

* Resign, Franco Bifo Berardi, Eflux Journal #124

https://www.e-flux.com/journal/124/443422/resign/