La biblioteca de Miguel Ángel Sánchez: el pensamiento que acaricia

La Vanguardia - Llucia Ramis

A Miguel Ángel Sánchez le angustia aquello que se va a perder: exposiciones, películas que no verá, conciertos a los que no irá. “¡Hay tanta literatura maravillosa!”, exclama. No entiende cómo la gente no se obsesiona con la lectura. A él le ha salvado. Y siente que le falta vida para leer todo lo que le gustaría. Dice que quitar las humanidades del currículum es una tragedia, y recuerda a Marina Garcés en Nueva ilustración radical : nunca hemos estado tan informados y, a la vez, tan incapacitados para pensar.

Lleva semanas ordenando libros. La mitad de su biblioteca permanecía en cajas que iban de una casa a otra, hasta que llegó con su mujer Ana, y sus hijos Bruno y Mario, a ésta cerca de Collserola, rodeada de senderos en los que correr e ir en bici. Mientras les quita el polvo, viaja en el tiempo con cada ejemplar: ¿dónde lo compró? ¿de dónde lo robó? ¿quién se lo regaló? ¿quién se lo prestó (y nunca devolvió)? Sánchez estaba encaminado a trabajar en la empresa familiar donde siguen sus hermanos cuando, en 1997, fue a Nueva York por quince días. Y se quedó allí hasta 2001. Su inglés era playero, se matriculó en el BMCC; luego en Historia del Arte, en el Hunter College, a tiro de piedra del Whitney, el Guggenheim, el MoMA, el Met, la Frick Collection. Cultivó una pasión que acabaría llevándolo a dirigir la galería barcelonesa ADN.

 

 

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May 21, 2025
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