Genealogías críticas y metodologías queer: archivar la otredad de ley, ciencia y religión

Javier Fernández-Galeano
Diciembre 10, 2025
Daniel Gasol. Resumen de una vida sexual sana, 2024 - 2025. Foto de Roberto Ruiz.
Daniel Gasol. Resumen de una vida sexual sana, 2024 - 2025. Foto de Roberto Ruiz.

La propuesta de Daniel Gasol parte de que no es posible comprender la persistencia del higienismo sin atender a las técnicas con las que el archivo mismo fabrica la otredad. La investigación con los expedientes de Vagos y Maleantes y Peligrosidad social me ha hecho ser consciente de que la documentación judicial es un dispositivo que produce subjetividades. Esto ocurre al nombrar, clasificar y describir acaban construyendo la figura, tipo humano o sujeto cuya existencia debe ser contenida, segregada, cuestionada. Esa idea guía esta exposición: no tanto exponer documentos y artefactos como desplegar la operación por la cual esos documentos devinieron armas de humillación y, a la vez, depósitos involuntarios de deseo.

 

Leer a contrapelo, en este sentido, no es una técnica retórica sino una ética de intervención. La contra lectura supone el discurso crítico, la atención a los márgenes, y la dimensión reparadora, transformados aquí en procedimiento curatorial. En cada pieza y en cada sala se trata de cuestionar la versión que expedientes de caso y manuales quieren conta r, haciendo justicia a los gestos, afectos y resistencias que las actas judiciales intentaron convertir en prueba de peligrosidad. Ese movimiento metodológico consiste en: 1) desmontar la retórica médica y legal; 2) escuchar las fisuras (lapsus, frases alteradas, restos materiales) que permiten reconstituir vidas; 3) ganar una dimensión reparadora que no suavice el daño sino lo haga visible y políticamente legible. Esa metodología se articula con las piezas expositivas para que la muestra no reitere el gesto policial de la enumeración, sino que lo interrumpa.

 

La genealogía que aquí interesa mostrar expone continuidades: la religión que sanciona la “anormalidad”, la ciencia que la patologiza y la ley que la administra forman un ensamblaje de poder. Rastrear estas continuidades desde el archivo implica detenerse en cómo cada dispositivo tradujo intuiciones en procedimientos concretos, es decir, la mirada del forense que atribuye una identidad de género y sexual; la lectura de un texto judicial que teatraliza la culpa; la fotocopia de la carta íntima que se convierte en prueba. La represión no solo borró, también produjo huellas, con paradojas como la destrucción de cierto material (pornografía heterosexual convencional),en yuxtaposición y entrelazada con la conservación metódica del erotismo e intimidad queer como evidencia punitiva. Esa paradoja archivística desarma la lógica que salvaguarda privilegios masculinos y a la vez convierte lo disidente en marca indeleble.

 

La exposición se puede pensar en términos de praxis metodológica: vitrinas que no sólo contienen objetos sino que explicitan el gesto administrativo con el que fueron producidos; archivos fragmentados que se despliegan junto a contrapuntos, como los testimonios orales. Ese recurso —la yuxtaposición deliberada entre la voz de la autoridad médico-legal y los cuerpos sometidos a la misma— opera como una técnica de reparación narrativa que obliga al público a sentir la disonancia y a no consolidar una lectura única. La política curatorial aquí se inspira en la microhistoria y la poética del fragmento, mostrando la aspereza de las fuentes, sin limpiarlas ni sanearlas, manteniendo la incomodidad como parte del trabajo de memoria.

 

Desde la perspectiva teórica, los trabajos de pensadores críticos como Foucault, Hartman, Muñoz, Preciado y Benjamin son herramientas interpretativas que permiten entender que la medición del cuerpo fue siempre política; que el enfoque biomédico heredó prejuicios teológicos; y que la legislación actuó como traductora administrativa de mandatos morales. Pero, sobre todo, la muestra propone una lección metodológica. La ciencia se arrogó la objetividad y en ese gesto rehízo el repertorio de la fe, mientras la ley institucionalizó esa síntesis en prácticas de exclusión. Mostrar expedientes de peligrosidad junto a análisis de técnica forense, o colocar fotografías policiales al lado de testimonios de resistencia, ayuda a visualizar esa traducción entre lenguajes.

 

El enfoque reparador que propone Daniel Gasol es el horizonte ético del montaje. No se trata sólo de denunciar; se trata de restituir agencia: permitir que las personas representadas en los documentos recuperen voz a través de la historia oral, la restitución de archivos y la devolución simbólica de materiales. El ejemplo del expediente de Antoni Ruiz, y su labor de reapropiación de fondos, funciona aquí como protocolo. La exposición incorpora procesos participativos en los que las comunidades afectadas participan en la lectura e interpretación del material. Esa operación devuelve al archivo su dimensión experiencial y evita la estetización del dolor.

 

Finalmente, desde el presente, el proyecto expone la continuidad del higienismo en sus formas contemporáneas: biopolítica, necropolítica y economía de la salud que convierten la cura en mercancía. Mostrar una genealogía que va de la caza de brujas, a las campañas higienistas, la patologización psiquiátrica y las leyes de peligrosidad, con resonancias actuales como la patologización trans o la vigilancia de cuerpos racializados obliga a pensar la exposición no como museo del pasado sino como herramienta crítica para el presente. La metodología queer que Daniel Gasol pone en práctica consiste en leer los silencios, cuidar los afectos, y sostener la incomodidad, y deviene estrategia de desactivación del aparato higienista, al obligar a la ley, la ciencia y la religión a verse en el espejo turbio que ellas mismas construyeron.

 

La propuesta curatorial que brota de esta metodología no es nostálgica: es una intervención. Invita a sostener la impureza como forma política, a mantener lo sucio como espacio de resistencia, y a usar el archivo para reparar sin domesticar. Leer los expedientes a contrapelo deja de ser un gesto académico para convertirse en práctica pública: exponer cómo se creó la otredad es también mostrar cómo cuestionarla.