Frutas que son piedras. Piedras que son semillas.

Christian Alonso
Octubre 14, 2025
Regina José Galindo, Fruta amarga, 2024 - 2025. © Roberto Ruiz
Regina José Galindo, Fruta amarga, 2024 - 2025. © Roberto Ruiz

La madrugada del 14 de junio de 2024, la artista Regina José Galindo durmió a la intemperie en la ciudad de Lleida. No durmió en el suelo, sino encima de nectarinas apiladas en una caja rectangular de metacrilato que servían de colchón. No durmió bajo un puente sino en la plaza Berenguer IV, delante de la estación de tren de Lleida–Pirineus. La elección del relleno del colchón no es gratuita; se trata de fruta recolectada por las manos de los temporeros que vienen a trabajar cada año para el sector agroalimentario, motor económico de las comarcas de Lleida. La elección de la ubicación tampoco es anecdótica; la estación de tren es la puerta de entrada a la ciudad, y uno de los puntos principales de recogida de los temporeros. La acción artística, titulada Fruta amarga[1], encarna una imagen que vemos cada verano; la de personas que, tras jornadas de trabajo extenuantes, acaban durmiendo en la calle[2]. Personas, en su mayoría originaria del Magreb y el África subsahariana, cuyas vidas están condicionadas por la ley de extranjería española, la cual impide un acceso legal y ágil al mercado laboral, y favorece su precarización y explotación laboral. Personas que, como recuerda la antropóloga y activista Gemma Casals Fité, «son una minoría de los 40.000 que llegan cada año», sin embargo, «una minoría muy amplia y significativa de la vulneración de derechos»[3].

 

Cada año llegan a Lleida entre 25.000 y 40.000 personas de todo el mundo para trabajar en la campaña de la fruta. Una parte son migrantes residente en España que se desplazan a lo largo de la península para cubrir las campañas agrarias. La mayoría de estos trabajadores consiguen trabajo, pero no todos consiguen contratos. Entre los meses de mayo y septiembre, sus manos recogen y envasan cerezas, albaricoques y ciruelas, melocotones y nectarinas, paraguayos, peras y manzanas. Ellos trabajan en el campo, y ellas en las cámaras. La provincia de Lleida genera el 77% de la producción frutícola de Cataluña[4]. A su vez, el sector agroalimentario de Lleida supone el 57% de las exportaciones catalanas de frutas, hortalizas, legumbres, grasas, aceites y productos cárnicos[5]. El valor que supone la fruta para la economía local, no obstante, no se refleja necesariamente en las condiciones o derechos laborales de los temporeros: muchos trabajan hasta 16 horas diarias y cobran por debajo del sueldo mínimo; les es negado el alojamiento o viven en condiciones indignas; tienen dificultades para obtener el empadronamiento; sufren impagos o no se les pagan horas extras; no están dados de alta en la seguridad social, y tienen miedo a represalias por reivindicar sus derechos.

 

El artículo 39 del Convenio Agropecuario de Cataluña (2021) establece que los empresarios están obligados a garantizar un alojamiento a los trabajadores estacionales cuyo lugar de trabajo esté a más de 75 km de su domicilio habitual[6]. Entidades por la defensa de los derechos de los temporeros como Fruita amb Justícia Social han denunciado casos de incumplimiento del convenio por parte de los empresarios[7]. Tres noticias publicadas recientemente nos recuerdan la situación de vulnerabilidad de las personas que recogen «nuestra fruta». La primera, la publicación de un estudio científico que confirma que la mitad de los temporeros de Lleida trabaja en estado de deshidratación, lo que puede derivar en problemas de salud crónicos como insuficiencia renal o enfermedades cardiovasculares[8]. La segunda, la muerte de un jornalero por un golpe de calor mientras cogía fruta en una finca de Alcarràs, a más de cuarenta grados de temperatura[9]. La tercera, la desarticulación de una red de explotación laboral en el Bajo Cinca (Huesca) y la liberación de 280 temporeros que vivían hacinados en infraviviendas en condiciones insalubres, y trabajaban en un régimen de esclavismo. La investigación –que ha derivado en la imputación de empresas de trabajo temporal y ocho detenidos por delitos laborales– constató que la operación replicaba dinámicas de trata de personas, como el secuestro de la documentación y la retención de una parte del sueldo de las víctimas, para garantizar su dependencia y explotación[10].

 

Comparemos Fruta amarga con El universo de la fruta[11], una ilustración de la artista leridana Sonia Alins (2023) en la que vemos una comunidad de personas envueltas de árboles frutales. Personas de todas las edades y colores de piel, consumidores y productores que comen melocotones, manzanas, peras y cerezas, en actitud jovial. Formalmente, las figuras están resueltas con un lenguaje naif donde predomina el color violeta, símbolo de las luchas feministas por los derechos de las mujeres y la diversidad de identidades de género. Iconográficamente, la obra recrea la pastoral, un tema de raíces clásicas muy difundido en Europa entre los siglos XV i XVIII, que muestra escenas de la vida en el campo protagonizadas por pastores, agricultores, animales y naturalezas exuberantes. Las pastorales exaltaban la sencillez, la inocencia, el amor y la paz de la vida rural, la cual contrastaba con la corrupción de la vida urbana. Estas escenas muestran paisajes idílicos, trabajadores de la tierra en actitudes amorosas o contemplativas, a menudo acompañados de rebaños, ninfas o divinidades mitológicas[12]. Sin embargo, lo que ocultan estas escenas que idealizan la vida rural son a pobreza, el trabajo duro y las desigualdades sociales que afectan a los trabajadores del campo. De hecho, esta idealización servía a las élites urbanas y cortesanas, que consumían estas obras como un refugio simbólico desligado de la realidad campesina. De esta forma, la pastoral invisibiliza las condiciones materiales de los campesinos y los convierte en figuras estéticas para el disfrute de las clases altas.

 

La escena bucólica de Sonia Alins nos transporta a un mundo idealizado ausente de desigualdades sociales, explotación y precariedad. Revestidas con una pátina de cosmopolitismo, multiculturalismo y feminismo, las figuras estéticas de la artista distraen de la vulnerabilidad laboral no solo de los temporeros, sino también de los propios campesinos. El modelo agroindustrial neoliberal ha transformado profundamente el mundo rural, y ha permitido la concentración de tierras, capital y poder en manos de grandes corporaciones, distribuidoras y fondos de inversión que controlan toda la cadena productiva. Esta concentración subordina a los pequeños campesinos, que pierden capacidad de decisión, se endeudan y, en muchos casos, abandonan el campo. Al mismo tiempo, la agroindustria organiza el trabajo en cadenas globales basadas en la temporalidad y la movilidad, empleando mano de obra migrante precaria que no goza de derechos laborales ni estabilidad. Además, el campesinado se vuelve dependiente de recursos industriales —agroquímicos, semillas híbridas y maquinaria—, lo que implica una forma de extractivismo tecnológico y la pérdida de saberes locales y diversidad cultivada. La intensificación productiva degrada los suelos, contamina acuíferos, reduce la biodiversidad, y compromete el futuro del trabajo agrícola. Este panorama desincentiva el relevo generacional y promueve la desruralización. Esta situación hace necesaria la promoción de modelos agroecológicos basados en la producción local, la soberanía alimentaria, los circuitos cortos, la gestión comunitaria y la dignificación del trabajo rural.

 

Esta realidad contrasta con la representación idealizada de Alins. Como ha sostenido Gemma Casals, «la imagen estereotipada de un mundo rural con un campesinado que tiene cuidado del territorio a través de la producción agraria es más un espejismo que una realidad»[13]. Quizás no sea una casualidad que la obra de Sonia Alins ha sido un encargo de Afrucat[14], la patronal del sector frutícola catalán con sede en Lleida, que agrupa a cooperativas y empresas privadas dedicadas a la producción, conservación, comercialización y exportación de fruta[15]. En cualquier caso, las obras de Galindo y Alins ejercen funciones artísticas muy diferentes: Fruta amarga intenta cuestionar y transformar el orden establecido, y El universo de la fruta lo mantiene intacto. Ambos proyectos son el resultado de operaciones ético–políticas que hacen desaparecen cualquier ilusión de neutralidad. El trabajo de Galindo produce subjetividades disensuales, mientras que el trabajo de Alins reproduce subjetividades normativas. Quizás por ello, la performance de Regina recibió decenas de comentarios racistas en las redes sociales[16], y la ilustración de Alins ganó premios internacionales de diseño y comunicación artística[17].

 

Poner el foco en la vulnerabilidad de los temporeros no es atacar a los agricultores. Se trata de valorar la importancia de una fuerza de trabajo que cada año recoge los cientos de toneladas de fruta que será exportada a miles quilómetros para ser consumida. Mientras los bienes agrícolas gozan de movilidad plena y protección institucional, los trabajadores que los producen enfrentan fronteras, controles y exclusión jurídica. Nuestro sistema agrario necesita mano de obra migrante para sostener las campañas. Sin embargo, la Ley de Extranjería no ofrece vías legales suficientes ni flexibles para cubrir esa necesidad. Esto genera una paradoja: la economía depende de trabajadores que la ley invisibiliza o margina. Esa misma ley reproduce y legitima formas estructurales de racismo, ya que institucionaliza una jerarquía entre personas, asocia la migración no europea con el control y la sospecha, criminaliza la irregularidad administrativa, favorece la explotación laboral y deshumaniza la ciudadanía. Una ley que convierte las diferencias de origen y nacionalidad en desigualdades legales, laborales y sociales. Una ley que promueve un racismo institucional que no necesita insultos ni agresiones, sino que se ejerce a través de formularios, permisos y fronteras.

 

Dormir sobre nectarinas recién cogidas es como dormir sobre piedras. Las nectarinas de Regina José Galindo, no obstante, también pueden ser semillas de un futuro distinto. Como sostiene la escritora María Sánchez sobre Fruta amarga,

 

«Un cuerpo descansa, al fin, a pesar del esfuerzo, la precariedad, la vulnerabilidad, la discriminación y el racismo; a pesar de la fruta. Pareciera, incluso, que el sueño que lo envuelve es placentero; que hay reparación, silencio y calma. Como si entre los frutos que sostienen el cuerpo hubiera espacio para que la comida —y todo lo que hay tras ella—, siguiera formando parte de un lenguaje de cuidados, generosidad y afectos, de un mundo que lucha para que el acceso a la alimentación y a una vida digna, entre otros, sea un derecho para todos»[18].

 

 

 

 

BIO

Christian Alonso es investigador cultural, comisario artístico y docente universitario especializado en arte y ecología. Es profesor de historia del arte contemporáneo en la Universidad de Lleida y director del proyecto de investigación artística Ecologías Híbridas del Delta del Llobregat. Anteriormente ha sido director del Centro de Arte La Panera, profesor adjunto en la Escuela Superior de Diseño ESDI–Universidad Ramon Llull, coordinador del programa de estudios curatoriales On Mediation y coordinador de proyectos del grupo de investigación Arte, Globalización, Interculturalidad (Universidad de Barcelona). Es doctor en Historia del Arte (Universidad de Barcelona), mención internacional (Universidad de Utrecht), con una tesis que repiensa la práctica artística a partir del pensamiento ético–estético del filósofo Félix Guattari. Trabaja desde los marcos de las posthumanidades críticas y las humanidades ambientales. Sus líneas de investigación incluyen las relaciones multiespecie, las ecologías queer y los extractivismos naturculturales. Tiene una amplia experiencia en investigación, docencia, gestión, coordinación, producción y comunicación de proyectos de comisariado, mediación y producción artística, tanto en el ámbito nacional como internacional. Página web: https://christianalonso.net/



[1] Título original en catalán: Fruita amarga. Registro videográfico de la performance (Dani Martínez): https://www.youtube.com/watch?v=3uSyXgBz_p4

[2] La acción se llevó a cabo en el marco de la exposición Descolonicemos el mundo (Centro de Arte La Panera, Lleida) que presentó los trabajos más recientes de Regina José Galindo, artista guatemalteca que recibió el Premio León de Oro a la mejor artista joven en la 51ª Bienal de Venecia (2005). Al decir de la comisaria, Semíramis González, la muestra “traza un recorrido conceptual por el trabajo de Galindo con una mirada decolonial” con la que “cuestiona cómo se ha construido el relato oficial de Occidente, y específicamente desde Europa y Estados Unidos, sobre los cimientos de la explotación de los llamados países del Sur Global”. https://www.lapanera.cat/es/programacion/exposiciones/regina-jose-galindo-descolonitzem-el-mon

[3] Casals, Gemma, 2022. “La fruita d’avui”. En DD.AA. La fruita del demà. Relats distòpics i utòpics sobre els drets de les temporeres i la pagesia. Sant Cugat del Vallès, p. 24.

[4] Los últimos datos oficiales son del año 2022. Véase https://www.idescat.cat/indicadors/?id=aec&n=15425&t=202300:P

Según fuentes del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación español, Lleida produce el 80% de la fruta de pepita de Cataluña y más del 90% de fruta de hueso de la comunidad autónoma. Véase https://www.mapa.gob.es/dam/mapa/contenido/prensa/notas-de-prensa/documentos/documentos-2024/240927lplanasferialleida.pdf

[8] El proyecto I+D Abordaje interdisciplinar para mitigar la deshidratación producida por las olas de calor en las personas vulnerables de las tierras de Lleida. HIDROPONENT (Universitat de Lleida-AGAUR), evalúa y controla la hidratación de colectivos vulnerables en Lleida ante el impacto del cambio climático, promoviendo intervenciones tecnológicas y educativas en salud. Véase https://hidroponent.udl.cat/ca/

[9] La víctima, Gheorghe Vranciu - de origen rumano y residente en Lleida- murió el 12 de agosto de 2025. Véase https://www.segre.com/es/comarcas/250812/muere-temporero-alcarras-pico-ola-calor_921341.html

[12] El carácter idealizado es constatado la propia artista, la cual afirma que la ilustración es “una obra alegórica sobre el placer de formar parte de una comunidad que respeta la naturaleza, una sociedad que colabora para disfrutar en armonía de los frutos de su trabajo. Véase https://soniaalinsart.com/es/pages/cartera#portfolio-61ec5fd2-6280-4ba6-aba2-15647878b270

[13] Casals, Gemma, 2022. “La fruita d’avui”. En DD.AA. La fruita del demà. Relats distòpics i utòpics sobre els drets de les temporeres i la pagesia. Sant Cugat del Vallès, p. 15.

[14] Afrucat son las siglas de la Asociación Empresarial de Fruta de Cataluña.

[15] Como sostiene la propia artista “me pidieron realizar una obra corporativa de gran formato que representara los valores esenciales de la Asociación de Empresas Frutícolas de Cataluña (Afrucat) y su compromiso con las compañías frutícolas catalanas”. Véase https://www.behance.net/gallery/190883311/LUnivers-de-la-Fruita?locale=es_ES El universo de la fruta pasó a ser la imagen corporativa de Afrucat, y fue incluída en el catálogo que la empresa distribuye en ferias y actos institucionales en los que participa.