
En Italia crecí en una familia dividida: por parte de madre, profundamente anticlerical, partisana y con un fuerte compromiso cívico; por parte de padre, un entorno conservador y devoto católico, muy cercano a la Iglesia. Siempre me incliné hacia el primero, movida por un rechazo visceral al poder eclesiástico. Sin embargo, desde pequeña me fascinaba entrar en las iglesias y explorar los frescos y los grupos escultóricos; el estudio del arte me ayudó a reconciliarme con la apreciación del arte propiamente religioso por su peso estético e histórico. Tal vez por eso la obra de Marina Vargas me interpela con tanta intensidad: porque interviene ese terreno históricamente monopolizado por el dogma religioso - al servicio de poderes económicos, ideológicos y coloniales - y lo convierte en un espacio de reapropiación simbólica, de mística feminista, de activismo espiritual.
¿Es posible reapropiarse de lo sagrado cuando ha sido históricamente instrumentalizado como herramienta de control ideológico, patriarcal y colonial? ¿Cómo reclamar ciertos iconos religiosos y trabajar desde lo simbólico sin reproducir estructuras de dominación dogmática y doctrinal? Estas son justamente algunas de las preguntas que me han acompañado en la recién curaduría de una exposición-encuentro en ADN Galeria, Conexiones, Relaciones, Revelaciones, protagonizada por varias obras de Marina Vargas: algunas recién llegadas desde Revelaciones, su individual en el Museo Thyssen-Bornemisza, y otras pertenecientes a la colección privada de Manuel Expósito, uno de los coleccionistas que más ha seguido, acompañado y adquirido la obra de la artista granadina. El sentido de este encuentro residía en explorar el impacto de estas poderosas piezas (que oscilan entre el dibujo, la pintura, la escultura y la fotografía) en dos contextos de circulación distintos: el museo público y la colección privada. Cuestiones, estas, que abordamos en un coloquio público junto a la artista y el coleccionista, en el que se reveló, además, la sincera amistad entre ambos, una relación de casi una década.
Aunque conocía desde hace tiempo la obra de Vargas, fue a través de este ejercicio que pude adentrarme en los mecanismos íntimos de su práctica desde una cercanía distinta: siguiendo las formas complejas de sus piezas hasta sus raíces iconográficas; dejándome atravesar por los múltiples niveles de sentido que las habitan, sin necesidad de fijarlos en interpretaciones cerradas; y, sobre todo, entregándome a la escucha más allá de cualquier explicación específica, ya que las palabras de la propia artista son un valioso palimpsesto de saber en devenir, también abierto a capas de sentido que provienen de quienes formamos parte de su camino - lo cual interpreto como un bellísimo acto de generosidad.
Porque justamente eso es la alegoría que encontramos en la multiplicidad de referencias y apropiaciones iconográficas de lo sagrado, articuladas a través de la estructura estilístico-formal de la estética barroca que la artista ha ido tejiendo en un trabajo profundamente comprometido con la verdad: una forma de conocimiento que nunca dice solo una cosa, una imagen que significa más allá de sí misma, un lenguaje de lo sagrado que, aunque históricamente usado para disciplinar y castigar, puede ser también reactivado desde una ética de la revelación, de lo íntimo y lo compartido, y de una lucha constante para la reapropiación del símbolo y su sentido. Justamente, en el conjunto de obras que presentamos, queda aparente la apropiación crítica de símbolos religiosos, especialmente del cristianismo, desde perspectivas feministas, para desafiar las estructuras patriarcales que han marcado esta tradición - las mismas que alimentaron procesos históricos de represión como la caza de brujas o la demonización de lo femenino (La Piedad invertida, 2013–2020; Las Tres Marías, 2025).También aparece con fuerza la presencia de motivos astrológicos, adivinatorios y esotéricos, activados como herramientas para decodificar patrones de significado alegórico; aquí se sitúan referentes como el Tarot (La luna en Cáncer, 2019;varios dibujos de la serie La línea del destino, 2024), el oráculo de Ifá, en particular el método del Erindilogun, propio de la santería cubana de origen Yoruba (Revelaciones. Odi Bara, Odi She, Obara Odí #1, 2024), u otros amuletos y símbolos rituales propios de la religiosidad popular andaluza, en la que se entrelazan creencias cristianas y saberes paganos (Objeto de acción / Objeto de protección, 2022; Objeto de protección / La Virgen del árbol seco, 2024). Habita con intensidad en estas obras una subversión de lo sagrado, donde las figuras de la Virgen y, sobre todo, de María Magdalena - figura central en los evangelios apócrifos y emblema de la teología feminista contemporánea - se vuelven centrales: punto de partida para la invocación de otras figuras femeninas del ámbito religioso-espiritual, pero también de la historia social y artística del feminismo contemporáneo (Yo sí te creo, 2024; La Magdalena, 2024).Finalmente se revela con claridad la dimensión biográfica, atravesada por la experiencia del cáncer, que recorre la obra de Vargas en múltiples niveles (Contra el canon, 2021; Mère-Mer #1, 2025). La enfermedad, dice Vargas, es una maestra: no te hace invencible, pero sí más abierta, más permeable, más lúcida, más atenta a los signos; es otra forma de fuerza, otra forma de sentir y hacer. En este autorretrato frontal, en el cual aparece su propio busto tras la mastectomía, la artista reescribe el canon de la belleza clásica desde la cicatriz, o, como diría Audre Lorde, no desde el heroísmo, sino desde la verdad.
Marina Vargas se atreve a politizar lo espiritual, no para destruir lo sagrado, sino para liberarlo, para devolverle su poder de sentido fuera de los marcos institucionales que lo codificaron. Lo hace activando un sincretismo propio, que bebe de tradiciones católicas, andaluzas, yorubas y afrocaribeñas, del tarot, de los evangelios apócrifos, del arte popular, de la brujería y de la teología feminista. En su trabajo, la Virgen, María Magdalena, los ángeles o los símbolos oraculares ya no ilustran un dogma… más bien invocan una experiencia afectiva, corporal, política y espiritual que nos concierne.
Desde lo formal, la artista se mueve a contracorriente de los lenguajes minimalistas contemporáneos, pues, lejos de depurar, Vargas acumula: su obra es barroca en el sentido más vivo y simbólico del término; es alegórica, teatral, dramática, densa. Quizás sea solo una coincidencia, o quizás una sincronía con sentido en la que fijarse, el hecho de que, en dos ocasiones, la presencia de Vargas en unas salas expositivas, en Madrid primero y en Barcelona ahora, acontezca en paralelo a otra gran exposición que no nos dejó indiferentes a quienes fuimos a verla: la comisariada por el gran pensador francés Georges Didi-Huberman, En el aire conmovido…, en la cual se explora esa misma tensión entre imagen, emoción y acción, interpelando, entre otros materiales y referencias, el cuerpo del bailaor Israel Galván, para hablar de una antropología política de la emoción. Uno de los referentes intelectuales que compartimos con Vargas, Didi-Huberman me ha ofrecido aquí un puente más de conexión con la obra de Vargas: pues en ella encontramos la fuerza telúrica del flamenco y una cierta poética del “duende”, esa noción lorquiana que Didi-Huberman retomó para hablar de las imágenes vivas, aquellas que nos atraviesan con su emoción y nos interpelan desde las entrañas. Como en el flamenco, las obras de Vargas encarnan una verdad emocional donde vida y muerte se tocan; obras que, como en el mejor barroco, revelan y ocultan a la vez.
Desde esta perspectiva, el diálogo con la colección de Manuel Expósito cobra una nueva profundidad. Pues, artista y coleccionista comparten un sustrato común, una sensibilidad estética que no teme el exceso, la acumulación y la contradicción. No sorprende que muchas de las obras de Vargas hayan entrado en esa colección: no solo porque Expósito ha sabido ver, desde el inicio, la fuerza poética de su trabajo, sino porque entre ambos se ha tejido una suerte de estructura emocional que sostiene las piezas y las resignifica, cada día, un poquito más.
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Mariella Franzoni es comisaria, investigadora y gestora cultural especializada en arte contemporáneo. Con formación en Antropología Social (Alma Mater Studiorum, Bologna), Economía Cultural (Universidad Bocconi, Milano) y Teoría del Arte y Filosofía (UPF, Barcelona), es doctora en Humanidades por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona y la University of the Western Cape (Cape Town), con una tesis que analiza las intersecciones entre comisariado, mercado y procesos de formación del valor en el arte contemporáneo desde una perspectiva crítica y global, con un enfoque especial en la Sudáfrica post-apartheid. Actualmente trabaja como profesional independiente entre España, Italia y Sudáfrica, combinando la investigación, la curaduría y la gestión cultural. Es comisaria invitada del programa Tomorrows/Today en Investec Cape Town Art Fair (2023–2025), una sección internacional e independiente dedicada a visibilizar prácticas artísticas emergentes y generar puentes entre artistas sudafricanos y de otras geografías. Asimismo, es Directora Artística y Ejecutiva de la quinta y sexta edición de By Invitation, el salón de arte del Círculo Ecuestre de Barcelona, donde ha impulsado una profunda renovación curatorial, centrando el proyecto en el diálogo intergeneracional en el panorama artístico Español.