Danzad, danzad, malditos: Carlos Aires
La temática violenta, entendida en el sentido más amplio del término, ha sido vastamente tratada, estudiada y representada a lo largo de la historia del arte. Desde Ribera a Tarantino pasando por Günter Brus, ha tomado las más distintas formas, pero en muy pocas ocasiones el resultado ha sido una imagen afable.
Si bien la obra de Carlos Aires habla de una realidad incómoda, éste es sólo su telón de fondo. A veces la imagen disfraza su acidez mimetizándose con el colorido pop, a veces toma la forma visual de su propio contenido. En todo caso, el resultado es siempre una imagen bella, agradable a la vista, o al menos de una dulzura encubierta. Pero la imagen ofrece al espectador el factor sorpresa, la posibilidad de descubrir bajo su apariencia una lectura muchas veces ácida, perturbadora y políticamente incorrecta. Este encubrimiento se hace patente en el título de su presente exposición.
“Danzad, danzad, malditos” es la traducción española de la película de Sydney Pollack “They shoot horses, don’t they?” (A los caballos los matan, ¿no?). Producida en 1969, “Danzad, danzad, malditos”, es el relato de uno de los que fueron comunes concursos de baile en EEUU durante los años de la gran depresión. Estos, alimentados por la fuerte crisis económica y social, presentaban la oportunidad de ver realizado el sueño americano a los sectores más castigados. Pues este tipo de espectáculo no sólo funcionaba gracias a la coyuntura económica, sino que se veía acrecentado por la fuerza que ya entonces empezaban a ejercer los medios de comunicación, especialmente la industria hollywoodiense. Acudían al baile masivamente jóvenes desesperados con la única ilusión de darse a conocer públicamente para poder llegar a triunfar como actores de cine, y por supuesto, sin nada que perder. Esta era, sin duda, su cara más amable, la opción de la posibilidad.
Pero si bien el sueño americano se define por la apertura de posibilidad, su atractiva apariencia esconde esfuerzo, sufrimiento y dolor, que se ven constantemente aumentados con el correlativo crecimiento de la ambición, y en esto es en lo que incide el film, donde se presentan estos jóvenes exhaustos después de más de mil horas de baile continuado. Este doble fondo de la realidad es lo que caracteriza la obra de Carlos Aires, siendo básicamente, el tono que mantiene en su obra. Pues partiendo del postulado que la realidad se nos presenta siempre manipulada, pre-generada, a través de diferentes filtros como son los medios de comunicación, parece que ha tomado la decisión de falsearla él mismo.
En la serie “Love is in the Air” la paradoja se da en la relación de todos sus elementos. En los recortes de vinilo resulta fácil establecer el paralelismo con la película de Pollack, pues mientras Aires trata imágenes con un fuerte contenido sexual desde la afabilidad de un vinilo musical, Pollack nos habla de lo que fue para muchos una tortura, decorado en forma de espectáculo, con luces y música en directo.
En su edición sobre acero inoxidable, una imagen aislada, o una frase fuera de contexto, parecen estar lejos de una narración violenta. Es el propio cuchillo quien nos puede transmitir el horror de su contexto original, pues las imágenes fueron encontradas en el Museo de la Fotografía de Amberes, todas ellas calificadas de “catástrofe”.
En esta ocasión, Aires presentará también su versión más reciente de la serie, consistente en siluetas cargadas de un significado similar pero esta vez materializados a partir de billetes de cincuenta euros. Los recortes esta vez se presentan sujetados con alfileres, a modo de una colección de insectos. La composición se titula “El jardín de las delicias”.
En “Danzad, danzad, malditos” Carlos Aires no sólo demuestra una gran habilidad para transitar entre narraciones, entre contenidos y contingentes, sino que además se expresa cómodamente en los más distintos medios. Presentará además de las series citadas, “Mister Hyde”, un vídeo en el que una cámara de infrarrojos registra imágenes de dos fuentes diferentes. Una está situada en una casa del terror de una feria de atracciones, y la otra en un cuarto oscuro de una discoteca gay de Antwerpen, ciudad belga donde reside el artista. Las imágenes, después de un proceso de edición, se vuelven prácticamente indistinguibles. La obra de Carlos Aires nos enfrenta a un mundo donde los contrarios se encuentran. Realidad y ficción, verdad y falsedad, natural y artificio, tradición y contemporaneidad, son dicotomías que aquí se confunden. La unidad de su obra, se define justo en el momento de conciliación de estas dicotomías.